martes, 27 de diciembre de 2011

No cámara, pero dos ojos.

Un estado en Facebook, una plática conmigo misma y los comentarios de mi amiga me hicieron llegar a esto. Ya he tomado fotos sin usar mis ojos, ¿por qué no tomar fotos sin usar una cámara?

Gracias, Irma Quiroz por la brillante idea, espero no decepcionarte J

Esto es más una charla casual que otra cosa,  narro mi día a día y cómo lo veríamos en fotos.
(Para referencias, dejo el link de la conversación que tuve con Irma en Facebook: http://www.facebook.com/AstridHarris8/posts/2942845970245?cmntid=2943027374780 )

Ahí les va:

26 de diciembre de 2011
¿Cómo empezar? Bueno, supongo que por cómo empezó la travesía. Resulta que me alboroté para regresarme a Carbó (pasé la navidad ahí) y junto conmigo, se alborotaron mi hermano y un primo. En el carro íbamos como en una lata de sardinas porque antes de que nos coláramos, ya iban mis dos tíos, dos primos, una prima y mi sobrina, además de maletas, cobijas, el Mustang rojo montable de juguete que le amaneció a mi sobrinita, trastes y hasta comida para los becerros que hay en la casa, todo en una camioneta Rodeo. Imagínense nada más, 9 personas y un desmadre más.

Llevábamos 5 minutos de incómodo camino y se me ocurrió tomar una foto de cómo nos veíamos todos adentro del carro, cuando súbitamente viene a mi mente: “Astrid, no traes la cámara”,  seguido de un lindo: “no me jodas”, y un: “ni creas que me voy a regresar por ella” de mi tío cuando lo dije en voz alta. Me agüité y empecé a pensar en las fotos que no iba a poder tomar.

Esa es la primera foto. Todos hechos bola con mil cosas encima: mi tío iba manejando con un galón de agua para tomar entre las piernas. Mi tía, con uno de mis primos sobre sus piernas y bajo sus pies los trastes que había llevado a Hermosillo con la cena de navidad. Mi sobrinita (la más ‘concha’ y la que tuvo la culpa de que todos fuéramos así por llevar el carro montable) iba en medio de los dos asientos de mis tíos, sobre unas chamarras, cómodamente acostada y con la cabeza sobre las piernas de mi hermano que iba en el asiento trasero, al lado de mis otros dos primos, uno sobre otro. Mi prima y yo íbamos al lado de la ventana detrás de mi tío, encorvadas por el Mustang que iba en la parte de atrás y que sobresalía sobre su cabeza y la mía, ella con una llanta en la espalda y yo con la defensa que me daba golpes en la cabeza cada vez que pasábamos un tope, traíamos trastes bajo los pies y en las manos, además unas chamarras, mi laptop y las bocinas. A mi parecer, nos veíamos como de película, nos reímos mucho y bromeábamos a pesar de la incomodidad.

Después de aproximadamente 1 hora de doloroso camino, llegamos a la casa en el pueblo. Los becerros estaban locos de hambre, los caballos y los perros ni se diga. Pobres, llegamos bien tarde. No sé cómo no me había detenido a ver a los animales el día anterior que estuve aquí, debió ser por la fiesta de Navidad y todo eso.

Foto dos: 6 hermosos becerritos en el corral se empujaban y mugían mientras mi tío, alto, de bigote y barba medio canuzcos y un sombrero de vaquero, les echaba comida en el vertedero.  Manchas aquí y allá, 4 de ellos hasta parecen de los que salen en la tele: de esos blancos con manchas negras y sus naricitas húmedas y rosadas. Otros dos de color café oscuro pateaban y cabeceaban también, para alcanzar la comida que los otros devoraban.

Por la noche, salí a ayudarle a mi tía con su carreta de hot-dogs. Me encantó porque vi mucha gente, si les hubiera tomado fotos, seguramente me hubieran mentado a mi amable progenitora por andar acosándolos. Pero habría sido bastante divertido capturar todas esas personalidades.

Más fotos: Un vaquero de unos treinta años, bajo de estatura y de rostro amable, que no quería servilletas ni plato, por cuidar el ecosistema. Un perrito de pelo blanco y negro bastante desarreglado, pero con esos ojitos condenados que te hacen decir “aaww” y que te obligan a darle comida y una palmadita en la cabeza. Cuatro muchachos montados en sus motos, uno de ellos, bastante guapo y buena onda (no, no andaba de volada, jaja). Un grupo de chamacos insufribles de entre 14 y 16 años, de verdad, en los 20 minutos que estuvieron, los aborrecí, no pararon de hablar de forma irrespetuosa y de hacerle carrilla a un pobre niño como de 8 años, hasta hicieron que se le cayera su hot-dog al suelo.

Hoy me enteré de que hay un circo en el pueblo, tal vez vaya otro día, hoy no, hace mucho frío.

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